Escrito por David Valera – Psicólogo sanitario de AFDA

¿Cuántas veces nos hemos sorprendido diciéndonos a nosotros y nosotras mismas que las cosas no van a salir bien? ¿Cuántas veces hemos dudado de nuestra capacidad a pesar de saber que en el fondo tenemos la habilidad de afrontar las dificultades de manera eficaz? Que esto ocurra tiene un sentido y, aunque parezca mentira, la elección de hablarnos negativamente a la hora de afrontar la vida, tiene una función protectora.

Cada persona, en el momento de forjar su personalidad a edades tempranas y a través de pequeñas experiencias en sus primeras relaciones con el mundo, va generando pequeños miedos que poco a poco se van extrapolando a la vida adulta. Durante un proceso terapéutico es importante trabajar para conocer estos miedos y aprender a observar cómo condicionan nuestras decisiones. Sin embargo, sin este trabajo de autoconocimiento, ese miedo o miedos pueden implicar que la persona invierta muchos esfuerzos y energía en intentar que éstos no aparezcan. ¡Es sorprendente el tiempo que invertimos en impedir a toda costa conectar con nuestros miedos! Una técnica que nuestra psique ha desarrollado a lo largo del tiempo para, supuestamente protegernos de ellos, es la de anticipar negativamente y hablarnos en un tono crítico.

Todo lo que hacemos en la vida tiene un sentido consciente o inconsciente para nosotros/as y está reforzado por algo, incluso, aunque parezca mentira, las conductas nocivas. Por ejemplo, si soy fumador/a, aunque sé de primera mano que ésta es una conducta perjudicial para mí, sigo sosteniendo este hábito porque lo he asociado a algo que he interpretado que me ayuda a regular mi ansiedad y me relaja (cosa nada más lejos de la realidad, dado que el tabaco, entre otras cosas, es un excitador del sistema nervioso).

Con la conducta de hablarnos mal, no es distinto. A la hora de afrontar una dificultad, la persona hace un balance: en función del temor que le tengo a nuestro miedo, la opción de asumir la idea de que las cosas van a salir mal y dar por hecho que no tengo capacidad de afrontarlas, puede resultar subjetivamente mucho más protector, dado que pienso que sin exponerme no voy a sufrir. Es decir, prefiero dar por hecho que no voy a ser capaz de hacer algo antes que exponerme a un fracaso. En base a esto, poco a poco, se establece la regla de que, bajo la inacción, estaré más protegido o protegida.

Esto puede verse en discursos internos tales como decirme que soy un/a fracasado/a, que no valgo, que mi opinión no va a ser tenida en cuenta o que el entorno me va a rechazar, entre otras muchas. Es posible que exista una influencia cultural, todos hemos oído alguna vez: «piensa mal y acertarás». La pregunta, no obstante, sería: ¿es cierto que me protejo del sufrimiento y de los miedos hablándome mal? ¿le hablaría así a un ser querido en una circunstancia de adversidad? La respuesta está clara: no. Cuando se trata de personas a las que quiero y que siento que atraviesan un momento vulnerabilidad, habitualmente me resulta muy sencillo acceder a un mensaje amable. Esto no es por otra cosa que por el hecho de que queremos de manera genuina que les vaya bien, que aprendan del error, que crezcan como personas y que superen sus dificultades. Por lo tanto la pregunta se torna, de nuevo, inevitablemente obvia: ¿no quiero lo mismo para mi?. No nos quepa la menor duda de que sí.

No es sencillo, sin embargo, trabajar inicialmente un discurso interno amable. Creer en mí supone un compromiso y, sobre todo, en los primeros compases de esta actitud, sentir que me expongo a sufrir las consecuencias de un resultado negativo. Pero pensemos en nuestra relación con los niños. ¿Cómo creemos que afrontarán mejor una circunstancia compleja? ¿qué palabras les ayudarán a abordar los problemas de una manera confiada? Sabemos que un mensaje amable potencia mejor la capacidad de afrontar la dificultad que les pueda surgir en estas edades tempranas. De hecho, no dudamos a la hora de hacérselo llegar. ¿Por qué habría de ser distinto con uno/a mismo/a? También nosotros y nosotras, como adultos/as, somos personas que queremos mejorar, estar bien y aprender. Un mensaje que vaya en contra de estos conceptos, solo hará que nos alejemos de nuestra mejor versión.

Por lo tanto, aunque no sea sencillo establecer un lenguaje amable conmigo mismo/a (básicamente por el simple hecho de no tener el hábito de hacerlo), siempre voy a estar en el poder de decidir fomentar un mensaje que nazca desde la amabilidad y el amor. Como con cualquier cosa que nos propongamos en la vida, con trabajo y a través de un ejercicio de conciencia en nuestro día a día, seguro podremos conseguir transformar lo crítico en amable. ¡No tiene sentido llevarme mal conmigo mismo/a y, menos aún, dar por hecho que soy incapaz! Y aunque, escribirlo o leerlo pueda parecer una obviedad, nunca está de más repetirlo: ANTE LA DUDA, SIEMPRE ES MEJOR QUERERSE.

Ir al contenido