Escrito por Andrea Lebrero – Psicóloga sanitaria de AFDA
Cada día es una oportunidad para lavarnos los dientes. Ir al baño, coger el cepillo y frotar nuestros dientes es una rutina cotidiana que, la mayoría de las veces, realizamos de manera automática. Cuando comenzamos a lavarnos los dientes en la infancia, con esos cepillos de cerdas finas y delicadas, somos torpes e inexpertos/as. Nos dejamos partes sin cepillar y los/as adultos/as nos van guiando, muchas veces de la mejor forma que saben, para que podamos hacerlo de la mejor manera que ellos/as han aprendido.
Según vamos avanzando en nuestra costumbre, nos vamos haciendo más expertos/as y vamos llegando a zonas y lugares de nuestra boca a los que antes era imposible llegar. Sin embargo, como hemos dicho, lavarnos los dientes muchas veces se convierte en un acto automático, sin ningún tipo de atención. ¿Cuántas veces nos hemos apresurado a lavarnos los dientes para irnos a la cama o para poder pasar a otra cosa? ¿cuántas hacemos un cepillado rápido y superficial, solo para cumplir con esa sensación de obligación?
Hay días en los que nos cepillamos y nos quedamos con el sabor fresco en la boca. Días en los que sentimos ese frescor revitalizante y nos pasamos la lengua por los dientes con la sensación de limpieza y satisfacción de quien se ha cepillado de forma exhaustiva y con dedicación, mientras nos miramos la dentadura reluciente.
Por contra, otros días vienen los sangrados, las llagas o los dolores de muelas. A veces nos estamos cepillando y, cada pasada del cepillo, es un recordatorio de ese dolor que ha aparecido. Otras veces, somos nosotros/as quienes, sin darnos cuenta, apretamos más de la cuenta sobre nuestras encías y nos provocamos un sangrado. Estas señales en nuestra boca pueden indicar que algo, quizás ,no esté bien y que tengamos que poner en marcha algún cambio como pararnos en el cepillado y tratar de ser más delicados, cambiar el cepillo de dientes o incluso ir al dentista.
Otra de las partes de cepillarse los dientes puede ser recurrir al enjuague bucal. Hay veces que nos ayuda con los restos, olores o dolores que podemos notar en nuestros dientes. Echar mano de él, como complemento y acompañamiento a nuestro propio lavado de dientes, a veces es importante.
Finalmente, hay que recordar que casi siempre nos lavamos los dientes enfrentados/as al espejo. Por ello, no es poco habitual que los pensamientos sobre si nos estamos dejando todo limpio, sobre si hemos de cambiar el cepillo, sobre lo que haremos después o lo que hemos hecho antes o, incluso, sobre cómo quiero dejar mi aliento para cuando esté con los demás, nos ronde en la cabeza. A veces, podemos sentirnos satisfechos/as con lo que vemos delante en el reflejo y, otras veces, casi queremos apartar la cara y mirar hacia otro lado.
Como ves, lavarse los dientes requiere de un arduo trabajo, no siempre sencillo y muchas veces mecánico. Por ello, pocas veces somos conscientes de estar realizando este acto tan aparentemente habitual, pero tan valioso. Supongo que, quizás, llegado este punto, no entiendas qué hace un artículo sobre lavarse los dientes en una web de psicología. Solo te diré que, quien dice lavar o cepillar, dice vivir; quien dice dientes, dice la vida; y quien dice enjuague, dice seres queridos.