Escrito por Claudia García – psicóloga sanitaria de AFDA
Hace unas semanas escuchaba a mi prima contar que estaba pensando en empezar a buscar un embarazo con su pareja y se sentía muy aliviada de que, últimamente, se hablara más abiertamente de los problemas de fertilidad. Una mujer joven, que todavía no ha experimentado ni siquiera la posibilidad de estar embarazada, ya sentía presión por no poder “quedarse” pronto. Y pensé en la cantidad de mujeres que afrontan así su búsqueda.
La presión por no ser perfectas llega a muchísimas áreas de la vida de las personas y, en concreto, de la vida de las mujeres. Dentro de la esfera de la reproducción y la fertilidad, ese estándar se eleva a la puntuación más alta. Hay que conseguirlo, a ser posible, a la primera. Con esa vara de medir, algunas mujeres y parejas llegan a la línea de salida ya sudando de nervios por no llegar a “cumplir”.
Lejos de ser una prueba de competencia o esfuerzo, la reproducción humana es un maravilloso entramado de hormonas y procesos biológicos que, como una orquesta sinfónica, han de sonar al unísono para que suene la pieza de la vida. Lo habitual, o para lo que estamos físicamente conformados, es para que, a base de pruebas de sonido, en una de aquellas suene y se dé el milagro.
Sin embargo, son muchos procesos, muchos instrumentos teniendo que hacer su función en tiempo y forma para que todo suene como tiene que sonar, y no siempre es posible. No todos los cuerpos pueden, o no en todos los momentos de nuestra existencia pueden darse esas circunstancias. Afortunadamente, los avances médicos han permitido intervenir en muchas casuísticas para que esos cuerpos, que a priori no estaban pudiendo hacer sonar la melodía al completo, puedan hacerlo con instrumentos médicos (ya sean hormonales, quirúrgicas, genéticas, de laboratorio, etc.).
Estos procesos y estos avances médicos, van más allá de las ganas que una familia tenga de ser padres/madres, de sus capacidades, de su eficacia o de lo que se lo hayan merecido. Sin embargo, el contexto social en muchas ocasiones fomenta una atribución interna al fracaso. Como si fuese una competición y los válidos llegaran antes. En este escenario, quedarnos de los últimos o no llegar a meta, suele generar un buen número de emociones desagradables, como culpa, tristeza, vergüenza, etc.
Ante esta consecuencia emocional, es frecuente que busquemos estrategias para “protegernos”. En ocasiones, puede tener que ver con intentar controlar cuestiones relacionadas con el proceso biológico: mantener un diario férreo del ciclo menstrual con coitos programados, controlar nuestra alimentación, nuestra actividad física (ni mucha ni poca), nuestro estrés, etc. Además de, en muchas ocasiones, evitar situaciones sociales que disparen más estas emociones, como quedar con amistades con bebés o hablar del proceso por el que estamos pasando. Así, las parejas con dificultades en su fertilidad, comienzan un camino del que no conocen la duración, intentando controlar variables, con poco efecto sobre el resultado final, pero que acaban haciendo el viaje mucho menos ameno y más solitario.
La realidad es que, cuando alguien decide andar por un sendero complicado, con mucho desnivel, escarpes, terreno irregular o clima exigente, uno busca llevar consigo lo más importante para el viaje. Elige aquellas cosas que cubren sus necesidades y le permite estar lo mejor cuidado posible. Nadie emprendería una ruta difícil descalzo o con la cantimplora vacía. Las actividades que nos encantan, los momentos con gente que nos importa o pasar momentos de conexión con nuestra pareja sin agenda, son generalmente acciones que nos nutren y nos cuidan, y suelen hacer cualquier camino más fácil.
Si estás en un proceso de búsqueda de embarazo o de reproducción asistida, es posible que ese camino vaya a estar lleno de emociones desafiantes, entre otras, la incertidumbre de hacia dónde nos llevará. Así pues, repasa las cosas importantes en tu vida y no olvides llevarlas en la mochila.