Escrito por Andrea Lebrero– psicóloga sanitaria de AFDA

Quiero empezar este artículo haciéndote unas preguntas:

  • ¿Qué propósitos tienes para este año?
  • ¿Cuántos de ellos sientes que realmente van a cambiar algo en tu vida?
  • Si no has hecho aún esa lista de hábitos que quieres cambiar, ¿a qué estás esperando?
  • ¿Te has detenido a pensar cuándo será el momento de hacer ese cambio de vida?
  • ¿Empieza el año y te sientes estancado, como si estuvieras viviendo el mismo ciclo del año pasado?
  • ¿Sientes que no puedes o simplemente no quieres hacer ese cambio?

Ahora, quiero que pares y hagas una respiración profunda. ¿Cómo está tu cuerpo? ¿Qué emociones han traído estas preguntas? Es posible que tu cuerpo se sienta ahora en una ligera tensión porque quizás ha venido una sensación de incomodidad al leer esas preguntas, o quizás te sientes un poco enfadado/a o quizás frustrado/a… También podría ser que estas preguntas las hayas contestado con ligereza, con convicción de haber empezado a cambiar hábitos o formas de comportarte que se acerquen una vida valiosa para ti. Sea como sea, respira, está bien sea lo que sea lo que estás sintiendo. Y, si quieres saber de dónde puede estar naciendo cualquiera de esas emociones, sigue leyendo.

Lo cierto es que los humanos a veces somos extraños, pero también muy creativos. La tierra da una vuelta al sol y decidimos que es un momento para celebrar y hacer cambios. Nochevieja y Año Nuevo, a pesar de estar pintados con copas de champán, confetti y pelucas de colores imposibles, suelen ser días de nostalgia y reflexión para muchas personas. ¿Cómo ha sido mi año? ¿cómo quiero que sea éste? ¿por dónde empiezo? ¿qué va mal en mi vida? ¿qué va bien? Por ello, enero se convierte en un mes con más expectativas que otros.

Pero, ¿qué pasa cuando el ruido de esas expectativas nos hace olvidarnos de lo más importante? Cuando ese pistoletazo de salida sólo se convierte en una carrera frenética, en una hiperproductividad que nos desborda. Empujados/as por un sentimiento de urgencia, de «no puedo quedarme atrás», de “este año sí tengo que lograr todo lo que siempre he querido”… Hasta que, al final del mes, te miras al espejo y te das cuenta de que no has cambiado en lo que realmente querías cambiar. Has hecho muchas cosas, sí, pero no has hecho las cosas que realmente importan para ti.

¿Y por qué sucede esto? Porque la presión puede disfrazarse de energía. Puede parecer que todo lo que estás haciendo es por tu bienestar pero, si dejas espacio para escuchar tus emociones, notarás que la urgencia de cambiar no proviene de una necesidad de amor por tu vida, sino el miedo: miedo a ser juzgado, miedo a no alcanzar lo que se espera de ti, miedo a que el tiempo pase y quedarte atrás. Todos esos pensamientos corren por tu mente, obligándote a hacer más de lo que realmente deseas.

Lo que pasa es que muchas veces esa urgencia no solo proviene del exterior, sino de la forma en que hemos internalizado esas expectativas. La presión que hemos aprendido y reproducido en nosotras y nosotros mismos puede ser igual o incluso más potente que la externa, con una vocecita diciéndonos: ‘Este año debe ser el cambio definitivo’. En algunas ocasiones, esta presión se vuelve nuestro propio lastre.

Por ello, es fundamental detenerse en este punto. ¿Desde qué lugar estoy haciendo este cambio? ¿lo estoy haciendo porque realmente siento que es lo que quiero para mi vida, o porque el miedo me está impulsando a cumplir con lo que otras personas esperan o con lo que me he contado que debería ser? Si te detienes un momento y miras más allá de la presión, notarás que el verdadero cambio no viene de la urgencia, la lucha o la hiperproductividad. El verdadero cambio llega de un lugar mucho más profundo, de un lugar que se aleja del miedo y se acerca a la conexión con lo que realmente deseas. Y esto habla y dice más de ti que los miedos.

Estas presiones nos acechan todos los días, pero se vuelven a veces más intensas en enero, cuando muchos/as sentimos que el cambio es un mandato más que una oportunidad. Y ese es justamente el momento en que debemos detenernos y reflexionar.

La vida que merece la pena es flexible, amorosa consigo misma, paciente en su proceso. Es un camino sin prisa, un camino con baches, curvas y miedo, pero también de observar, de pararse y reflexionar. Este camino se construye poco a poco, con cada paso y generando cambios desde lo que da sentido a nuestra vida, no desde el miedo.

Así que sí, enero puede ser ese punto de inicio, pero no porque la vida sea más significativa solo porque empieces una lista de «cosas por hacer». El verdadero inicio es cuando decides hacerlo a tu ritmo, cuando te permites conectar con tu propio proceso sin tener que apresurarte, sea enero, abril o septiembre. Porque lo que te hace avanzar no es la velocidad con la que lo haces, sino la autenticidad con la que lo vives.

Por último, te invito a tomar un momento para ti. Cierra los ojos, respira profundamente y piensa en algún cambio en tu vida que sí que haya valido la pena. Reflexiona sobre cómo lo lograste y qué áreas importantes de tu vida estaban en juego en ese cambio. ¿Qué tipo de cambio fue? ¿qué áreas de tu vida tocaba? ¿qué hizo de motor para el cambio: la exigencia o algo que tocaba tus propios valores? Y recuerda, el verdadero cambio no siempre es ruidoso ni inmediato. A veces se presenta en silencio, de forma inesperada, sin ruido, crece lentamente y, aunque casi invisible, deja huellas profundas en nuestra vida. Ese es el aprendizaje que me deja enero: que el verdadero cambio llega cuando dejamos de luchar contra el tiempo y empezamos a vivirlo.

Ir al contenido