Escrito por Javier Vela– psicólogo sanitario de AFDA
Una cebolla, tres dientes de ajo, dos zanahorias… y dos litros de agua templada. Cuando nos preparamos para cocer un caldo, igual que para cuidar nuestras amistades, se pueden usar distintos ingredientes. A unas les gusta más la cebolla y a otras el puerro. Algunas usan huesos de ternera y otras raspas de pescado. Pero eso sí, todas las formas de cocinar caldo, y también de cuidar una amistad, tienen una cosa en común: el caldo se cocina a fuego lento, dedicándole atención, paciencia y cariño.
Para que el caldo adquiera buen sabor, hay que prestarle atención y fijarse en lo que se hace. Fijarse en qué cosas funcionan mejor o peor según nuestras propias experiencias, nos ayudará a actuar de forma en que el caldo se cocine mejor y adquiera mejor sabor. Por ejemplo, la sal es mejor echarla al principio para que se integre en el sabor; después de añadir todos los ingredientes es mejor poner una tapa para que no se evapore el líquido; etc. Además, también es importante atender al proceso de cocción, fijándonos en si el fuego está con la intensidad adecuada, en si falta sal o alguna otra especia… O si simplemente hay que remover el líquido un poco y seguir esperando a que la cocción haga su efecto. Todas estas cosas orientadas a crear un buen sabor en el caldo.
Lo mismo ocurre con las amistades. Es importarte fijarse en qué gustos en común se tienen con la otra persona, en qué actividades se han disfrutado juntos anteriormente, etc. Suele ayudar contarse cosas personales y saber el uno del otro; fijarse en cómo se encuentra emocionalmente esa persona, si necesita de nuestro contacto y cariño, o si necesita espacio…Y también, fijarse en el efecto que nuestras acciones tienen en esa otra persona, y en cómo nos sentimos en el proceso. Todos estos ingredientes pueden ayudarnos a crear cercanía con la otra persona, a crear cariño… y, en definitiva, a crear el sabor de una buena amistad.

En este proceso de crear un buen sabor, cuando estamos en la cocina viendo cómo se cuece el caldo, a veces, vemos que ya hemos dado varios pasos y que el caldo todavía no está a nuestro gusto. Entonces nos pueden entrar las prisas y las ganas de hacer algo, de acelerar el proceso. Por ejemplo, imagina que pruebas el caldo y notas que le falta sal, y te das cuenta de que, efectivamente, se te ha olvidado echarla al principio del proceso. Y entonces empiezas a sentir nervios, miedos… dudas sobre cómo va a quedar el caldo… Entonces el cuerpo te pide echar sal hasta que el caldo coja mejor sabor, y subir la fuerza del fuego para que se cocine más rápido. Pero esto supone un riesgo. Por los nervios podemos pasarnos de sal, o pasarnos de fuerza y quemar las verduras, y acabar echando a perder el caldo. Y quemar el sabor de esa amistad que queríamos cuidar. Que esa amistad que estábamos tratando de mejorar, por nuestra excesiva intensidad o impulsividad, se queme.
Aunque haya llegado tarde, si ya le hemos puesto la sal que faltaba, entonces es momento de dejar que el fuego lento haga su trabajo. Que el caldo siga su curso natural de cocción, permitiéndonos tener esos nervios, miedos o dudas que hayan surgido al ver que habíamos olvidado la sal. Permitirnos sentir que nos hemos equivocado y, a la vez, seguir con el proceso que realmente nos servirá para procurar un buen sabor, manteniendo el fuego en su intensidad adecuada.
Otras veces ocurre lo contrario. Nos sentimos sin ganas de mantener el fuego encendido y descuidamos el sabor de nuestras amistades. Porque nos sentimos cansados, frustrados…, o por los nervios de estar ahí con la gente… y el cuerpo nos pide dejar de prestarle atención al caldo y quedarnos en casa solos, tranquilas. Porque a veces lo que nos apetece es estar en casa, en el sofá, viendo la tele o haciendo nuestras cosas. Pero no prestar atención ni darle cariño al caldo de nuestras amistades también implica sus riesgos. Si atendemos poco al caldo, no le echamos los suficientes ingredientes, etc., puede ocurrir que el caldo se quede soso, sin sabor. Es más, se corre el riesgo de que el fuego se apague y el caldo se quede frío…corremos el riesgo de que se enfríe la relación con nuestro ser querido. Porque igual que para cocinar un caldo, no hay amistad que se cocine en frío.

Nuestras emociones y pensamientos, tanto de prisas y nervios, como de pereza y cansancio, etc., son parte de nosotras. Son parte de lo que somos como especie humana, y de cómo somos individualmente por la historia personal concreta que hemos vivido. Escuchar cómo nos sentimos, y hacer caso a nuestras emociones, muchas veces resulta beneficioso. Sin embargo, tristemente, hay otras veces que dejarnos llevar por los nervios y miedos, o por la pereza y desgana que sentimos, hace que se estropee el caldo de nuestras amistades. Hace que nos alejemos de esos seres queridos que queremos tener cerca. Es en estos momentos cuando conviene gestionar nuestras ganas, ya sea por exceso o por escasez. Una forma de hacerlo es permitirse estar con el nerviosismo, sin acelerar el proceso de forma impulsiva; o permitirse estar con la sensación de no tener ganas de cuidar el caldo y ponerse a hacerlo igualmente, aun cuando esas sensaciones no sean agradables de experimentar o no nos pongan fácil actuar.
Pero, ¿y por qué procurar cuidar el caldo, con paciencia y cariño, si tenemos que hacer un sobreesfuerzo cuando nuestras emociones o pensamientos no nos lo ponen fácil? La principal razón es el tipo de sabor que queremos que tenga nuestra relación con esa persona, con ese ser querido. Si el sabor de esa amistad no es importante para nosotras, por la razón que sea, entonces no hace falta hacer esos esfuerzos. Sin embargo, si queremos que nuestra amistad con esa persona tenga un buen sabor, entonces sí que tendremos que trabajarla y gestionar las emociones que surjan por el camino. Es precisamente ésta la razón por la que esforzarse, poniendo atención y paciencia en lo que hacemos. Por el buen sabor que queremos sentir y disfrutar en nuestras amistades. Por el sabor del caldo que queremos cocinar y por el tipo de cocineros/as que queremos ser cuando estemos con nuestro ser querido.
Aquí, claro está, toca preguntarse cómo es el sabor que quiero que tengan mis relaciones con mis seres queridos. Qué es lo que quiero de forma personal. Si quiero que sea un sabor de cariño, amor, cercanía… o quizás de confianza, de respeto y apoyo mutuo… o lo que sea valioso para cada uno/a. Y tratar que eso sea lo que nos guíe a la hora de cuidar y cocinar el sabor de nuestras relaciones con otras personas. Porque lo mismo da que sea una amistad, nuestra pareja o un familiar, si queremos tener buen sabor en el caldo tendremos que cuidar esa relación.

Dependiendo de cómo sea el sabor queramos tener, nuestras acciones cambiarán. A veces es distinto lo que hay que hacer para generar una relación cercana, de lo que hay que hacer para generar una relación de apoyo mutuo. Aun así, aunque nuestras acciones podrán variar, sí que hay una cosa que seguramente tendrá que mantenerse constante en el tiempo: tendremos que actuar prestando atención a la cocción del caldo, permitiéndonos actuar con paciencia y guiándonos por el tipo de sabor que queremos darle a nuestro caldo.
Porque de la misma forma que necesitamos comer y alimentarnos, las personas también necesitamos relacionarnos con otras personas para poder vivir, tanto física como emocionalmente. Y, de la misma forma que la humanidad hizo de la comida un placer y un arte, las relaciones interpersonales también pueden serlo. Así, ¿por qué no cuidar y disfrutar de algo que es tan importante para un ser social como somos las personas?