Disfrutar de bienestar y calidad de vida suele ser un deseo compartido entre todas las personas. Sin embargo, alcanzar ese equilibrio no depende exclusivamente de nuestras elecciones individuales; también entran en juego las condiciones sociales, económicas y ambientales que nos rodean.
Cuidar de nuestra salud mental no es solo reducir síntomas, sino también abrir preguntas sobre cómo queremos vivir, qué necesitamos para sentirnos mejor y qué vínculos o espacios pueden acompañarnos en ese proceso.
¿Qué son la depresión y la ansiedad?
La depresión y la ansiedad no pueden entenderse únicamente como trastornos individuales o psicológicos. Se trata de experiencias emocionales complejas, profundamente influenciadas por las condiciones sociales, económicas, culturales y ambientales que atraviesan las personas a lo largo de su vida.
La depresión es una manifestación del malestar emocional que puede afectar al pensamiento, al cuerpo, a las relaciones y a la participación social de las personas, que va mucho más allá de un estado de tristeza momentáneo o una respuesta a una pérdida concreta.
La ansiedad puede entenderse como una respuesta humana adaptativa frente a situaciones percibidas como amenazantes. Sin embargo, cuando estas amenazas son constantes, incontrolables y/o tienen origen en condiciones de vida inestables o inseguras, la ansiedad se vuelve crónica y puede llegar a bloquear el bienestar y la participación social.
Entender la depresión y la ansiedad desde esta perspectiva nos permite romper con explicaciones individualistas o culpabilizadoras y reconocer que el sufrimiento emocional es, a menudo, una respuesta coherente ante contextos adversos. Este enfoque nos invita a intervenir no solo desde lo clínico o terapéutico, sino también desde lo comunitario y lo relacional. Transformar el malestar en acompañamiento y redes de apoyo.
¿Cómo se manifiestan?
Las experiencias de ansiedad y la depresión se presentan de formas muy diversas y personales. No hay una única forma de vivir el malestar emocional. Cada persona lo siente y lo expresa según su historia, su contexto de vida y los recursos de apoyo a los que ha tenido acceso. Lo importante es reconocer cuándo estas experiencias comienzan a afectar el día a día y dificultan me apartan de las relaciones, el descanso, la motivación o la forma de estar en el mundo.
Algunas señales que muchas personas manifiestan durante estos procesos, podrían ser:
- Sensación de cansancio emocional o físico, incluso sin una causa clara.
- Pérdida de interés o entusiasmo por actividades que antes generaban disfrute.
- Dificultad para mantener la concentración o tomar decisiones cotidianas.
- Sentimientos frecuentes de inseguridad, inutilidad o bloqueo.
- Cambios en el sueño o en el apetito (dormir mucho o poco, comer más o menos).
- Aislamiento o menor deseo de estar con otras personas.
- Sensación de vacío, de no tener rumbo, o de que «nada tiene sentido»
- En algunos casos, pueden surgir pensamientos sobre dejar de estar o cuestionar el sentido de seguir.
En momentos de ansiedad o sobrecarga:
- Preocupación constante o anticipación de que “algo malo va a pasar”.
- Sensación de tensión en el cuerpo, palpitaciones o respiración agitada.
- Inquietud o dificultad para estar en calma, incluso en espacios seguros.
- Problemas para conciliar el sueño o descansar adecuadamente.
- Cambios en la forma de comportarse o relacionarse con otras personas (por ejemplo, evitar lugares, hablar menos, estallar fácilmente).
¿Qué puedo hacer?
A veces, estas señales son una manera del cuerpo y la mente de decirnos que algo necesita cuidado, atención o cambio. No siempre son “síntomas” de una enfermedad, sino respuestas legítimas a experiencias de vida difíciles, estrés prolongado, falta de apoyos o presiones externas. Ante éstas, es posible que hayamos aprendido respuestas que nos proporcionan alivio a corto plazo, pero que nos desconectan más de la vida que nos gustaría tener en realidad.
Reconocer lo que nos está ocurriendo y buscar espacios donde poder compartirlo, comprenderlo y abordarlo de forma individual y/o colectiva es un primer paso para recuperar el equilibrio. Tomar perspectiva frente al sufrimiento y lo que este nos pide hacer, así como encaminar nuestros pasos a las acciones que nos ayudan a construir una vida que merezca la pena vivir, nos conduce hacia el cuidado de nuestro presente y de el de los demás.
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