Escrito por Roberto Buil – Psicólogo sanitario
“Cada uno tiene lo que se merece”, “la vida pone a cada uno en su sitio” y un largo etcétera de dichos y refranes, sostienen uno de los sesgos cognitivos que, ya sea como justificación de la situación de los demás o como venganza de una fuerza invisible futura, más arraigados está en nuestra sociedad.
Este sesgo cognitivo es en realidad muy beneficioso para el funcionamiento de las personas en situaciones normales. Evita el miedo a la incertidumbre: “si me comporto bien me pasaran cosas buenas”, “algo habrá hecho para que le pase…”, y por lo tanto “eso no me puede pasar a mí” y por otro lado evita que la ira y el odio contra los que nos perjudican nos consuma y nos cause consecuencias negativas, dejando nuestra sed de justicia para que se encargue, en el futuro, una fuerza sobrehumana, ya sea la vida, un dios o la muerte.
Estudios muestran que aquellos que creen en un mundo justo tienen más probabilidad de creer que las víctimas violadas han debido comportarse de manera seductora, las mujeres maltratadas tuvieron que merecer los golpes, que las personas enfermas se han causado su enfermedad con sus actos o que los pobres se han buscado su pobreza, todo porque el mundo es justo y pone a cada uno en su sitio.
Como decimos en condiciones normales, este sesgo nos ahorrará muchos quebraderos de cabeza; pero, ¿qué pasa cuando nos vienen mal dadas? Cuando somos nosotros los maltratados, enfermos o pobres. Entonces se producirá lo que conocemos como disonancia cognitiva. cuya solución se dirigirá o hacia el fin de esta creencia sesgada o bien hacia un descenso de la autoestima y sentimientos de culpabilidad.
Es decir, si la vida es justa, me pasan cosas malas y soy bueno y me esfuerzo, o la vida no es justa o no soy bueno y no me he esforzado lo suficiente, y en función de la solución que tome esta disonancia, nos conduciremos hacia la ira (si la vida no es justa) o hacia los síntomas depresivos (si soy malo y vago), además si nos dirigimos hacia la 1ª solución y la vida no es justa pero nuestra nueva ira nos dirige hacía intentar hacerla justa (objetivo que con bastantes posibilidades no conseguiremos, ya que la justicia es un constructo que no existe en la naturaleza) seguiremos el camino hacia síntomas depresivos.
Esta falacia con su respectiva disonancia es muy interesante y perversa, si consideramos las circunstancias económicas actuales, ¿en qué situación quedan los millones de personas paradas? ¿Qué sucede cuando se aplican medidas indiscriminadas como un ERE, que no tiene en cuenta tu esfuerzo ni tu comportamiento? ¿Y cuando no tienes ni siquiera una primera oportunidad, y esta situación se alarga en el tiempo? La respuesta ya está anticipada, llegará la disonancia cognitiva y con ella una resolución por lo general emocionalmente negativa para la persona que sufre esta situación.
Así, si ya de por si se considera la depresión como la epidemia del siglo XXI, no es de extrañar que en circunstancias económicas adversas, como las actuales, los síntomas depresivos aumenten e igualmente lo hagan las expresiones de ira, como se puede ver en las estadísticas que hablan del aumento de síntomas depresivos en la población en los últimos años, así como del cambio en la incidencia que iguala a hombre y mujeres, en el diagnóstico de esta patología, considerando que tradicionalmente se veía en el doble de incidencia en mujeres que en hombres.
Además se puede observar como el consumo de antidepresivos se ha disparado en los últimos 4 años, pasando de 33 millones de envases vendidos en 2008 a 39 en 2012, aunque su eficacia en síntomas leves y moderados, que suelen ser los causados por estas circunstancias, es puesta en duda por diversos estudios, que concluyen que su eficacia por si solos es limitada y que deberían ser acompañados por terapia, para una respuesta más eficaz a los mismo, no sucede lo mismo con los síntomas severos y de depresiones endógenas en los que la eficacia de los antidepresivos por si solos están fuera de toda duda, aunque también la terapia puede aumentar la efectividad de los mismos.
¿Cuál debe ser entonces la forma de abordarlo?, desde luego la forma de trabajarlo debe ser desde la aceptación de la realidad y de la que la justicia es un constructo imaginario y de la necesidad de esforzarse sin que este esfuerzo tenga porque verse recompensado, ya que si ahondamos en la propia responsabilidad demasiado pronto corremos el riesgo de incrementar los síntomas.
De hecho, el abordaje debe contemplar la situación actual, y existen determinadas situaciones que debemos plantearnos en el tratamiento, ¿qué posibilidades tiene una persona sumida en estos síntomas de presentarse a una entrevista y salir bien parada?
No lo sabemos, pero generalmente serán pocas, menores cuando los síntomas sean más severos y podría darse el fenómeno de profecía autocumplida, al ir a una entrevista visiblemente deprimido y con la creencia de que no se conseguirá tenemos más posibilidades de no ser el mejor candidato, lo cual reforzaría sus creencias erróneas y sesgadas, de baja autoestima y disminuirá las posibilidades de éxito para la siguiente ocasión.
Por ello es fundamental, como decíamos, desligar el esfuerzo y el trabajo de la garantía de resultados, considerándolo requisito necesario, pero no suficiente, es decir, debemos fomentar la visión de que en condiciones normales no podemos conseguir resultados sin esfuerzo, pero que el esforzarnos no garantiza que los resultados vayan a ser positivos, igual que la situación negativa en la que nos encontramos tampoco es consecuencia directa de nuestros actos, habiendo otros factores intervinientes, dentro de la compleja realidad que nos han llevado a la situación y que no estaban bajo nuestro control.
Además, deberemos trabajar otras facetas que son realmente importantes, como el cultivo y uso de redes y habilidades sociales, que se ha demostrado como uno de los mejores elementos tanto para vencer los síntomas depresivos como para salir de las situaciones adversas.
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