Escrito por Francisco Daniel Vinués – Psicólogo Sanitario

Normalmente cuando hablamos de salud y bienestar nos vienen a la mente el dolor y la enfermedad, pues “salud como ausencia de enfermedad” es la definición más ampliamente extendida y que está más arraigada en nuestra sociedad. Situamos en un extremo de la línea al bienestar y en el otro al dolor, una lucha encarnizada existe entre ambos lados como si fueran dos enemigos irreconciliables, solo uno de los dos puede ganar y sobrevivir, no hay conciliación, no hay tregua: estamos sanos o estamos enfermos, ¿no? Vamos a detenernos un momento a pensarlo, ¿conoces a alguien que no sufra alguna enfermedad? ¿Una alergia? ¿Asma? ¿Artrosis? ¿Qué tenga las cervicales delicadas? ¿Y alguien que no tenga ningún tipo de dolor, físico o emocional? ¿Qué porcentaje de personas sanas nos quedarían? ¿Y durante cuanto tiempo estarán sanas según esta definición? Quizá digas que hay enfermedades y enfermedades, como coloquialmente se suele decir, que hay de mayor y menor gravedad, que una persona con una enfermedad o problema “pequeño” está sana. Debemos ser cuidadosos pues estas últimas aseveraciones que ahora realizamos son incompatibles con la concepción de los dos polos de la salud, de que la ausencia de una indiscutiblemente lleva a la otra; estamos diciendo que es posible que una persona con una enfermedad o problemática de menor gravedad podría también considerarse, en esencia, sana. Todo esto comienza a ser un poco confuso, pero la Organización Mundial de Salud (OMS) elaboró hace unas décadas unas ideas muy similares a las que hemos comenzado a hacer en este párrafo, si la mayoría de la población no entraba dentro del concepto de salud quizá nos habíamos equivocado a la hora de definirla

¿Y cómo definimos hoy la salud? Myers, McCollam y Woodhouse, en su trabajo de 2005 para el gobierno escoces para la prevención e intervención en el ámbito de la salud, definieron la salud mental como “la resiliencia mental y espiritual que nos permite disfrutar de la vida y sobrevivir al dolor, la decepción y la tristeza. Es un sentimiento positivo de bienestar y una creencia subyacente en uno mismo y en la propia dignidad y la de los demás”. En esta definición ya encontramos numerosos cambios respecto a la visión tradicional de la salud, ya no es el opuesto a la enfermedad, al dolor, es la capacidad para sobreponernos al mismo y continuar creyendo en que seremos capaces de ello para vivir nuestra vida; aquí el dolor ya no es incompatible a la salud, lo considera una parte inherente a vida siendo la capacidad de sobreponernos al mismo el indicativo de salud. Y la OMS, ¿qué nos dice? “La salud es un estado de completo bienestar físico, metal y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Aquí también se aboga de forma explícita por derribar la creencia de que la salud es la mera ausencia de dolor y enfermedad, además podemos observar que en ambas definiciones se repite el concepto de bienestar, a continuación vamos a definirlo pues es de gran importancia para entender la salud y la enfermedad.

El bienestar hedónico y el bienestar eudaimónico son las dos aproximaciones más extendidas a la hora de comprender este concepto. Por un lado el bienestar hedónico se conceptualizaría como la presencia de afecto positivo y la ausencia de afecto negativo, más relacionado con el concepto de salud que mencionábamos al principio; mientras que según la otra tradición, la eudaimónica, el bienestar se referiría a vivir de forma plena o dar realización a los potenciales humanos más valiosos (Vázquez et al., 2009). En el bienestar hedónico se buscaría la presencia de sentimientos como placer y alegría y la disminución del dolor; si lo situamos en una balanza, las emociones y sentimientos positivos deberían pesar más. Respecto a este tipo de bienestar se ha comprobado que es cierto en parte; la presencia de afecto positivo mejora la salud: Ostir, Markides, Peek y Goodwin (2001) obtuvieron unos resultados en los que se relacionaba la presencia de afecto positivo con una disminución de sufrir infarto de miocardio y de apoplejía, como este estudio hay muchos más que señalan el efecto de las emociones, o afecto, positivo (Vázquez et al., 2009). El problema está en que también se ha demostrado que la ausencia de afecto negativo, como tristeza, estrés o ansiedad, no mejora la salud (Ostir et al., 2000). Esto supone, como otros estudios ya han demostrado, que el afecto positivo y el negativo son dos dimensiones independientes y no se pueden colocar en la misma balanza, la presencia de uno no significa la ausencia del otro; también se expone en estos estudios que el afecto negativo no estaría tan relacionado con la enfermedad como creíamos (Cohen et al., 2006). Repetimos el mismo dilema presentado al principio, pero en esta ocasión con base empírica: el dolor y la salud no son dos polos opuestos, de hecho los estudios parecen indicar que son variables relativamente independientes la una de la otra, por ejemplo una persona que no tuviera ningún dolor podría no tener bienestar o salud y al contrario, una persona con algún tipo de dolor podría perfectamente tener un gran bienestar.

Es maravilloso y beneficioso experimentar emociones positivas pero tenemos que considerar que el cuerpo tiende a volver siempre a su estado emocional normal, a esto lo llamamos el efecto adaptación. El ejemplo más famoso es el de Brickman en 1978, en el que estudió las emociones en un grupo de personas que había ganado la lotería y en un grupo de personas que tras un accidente habían sufrido algún tipo de parálisis; como imaginaréis los ganadores de la lotería estaban tremendamente alegres y aquellos que habían sufrido el accidente se sentían destrozados, lo interesante es que esto solo era así durante un tiempo, el índice de felicidad volvía a ser el mismo al de antes que sucediera el evento; es decir, que si la persona que había sufrido el accidente era feliz antes, posiblemente volvería a serlo y si la persona que ganó la lotería era infeliz antes, probablemente reaparecería dicha infelicidad. Aunque esta investigación resulte increíble se ha replicado en numerosas ocasiones obteniendo unos resultados similares: el estado de ánimo y los índices de felicidad tienden a volver a su estado base, por ello es importante saber que conseguir objetivos y metas en nuestra vida, como un trabajo, casarse, lograr éxito, nos generarán alegría y bienestar hedónico un tiempo pero después volveremos al anterior estado y ahí es donde entra una alternativa más estable, el bienestar eudaimónico.

El bienestar eudaimónico nos plantea el bienestar desde otro enfoque, el bienestar “se encuentra en la realización de actividades congruentes con valores profundos y que suponen un compromiso pleno, con él las personas se sienten vivas y auténticas” (Waterman, 1993). Este tipo de bienestar ha mostrado una relación más consistente con la salud que las medidas del bienestar hedónico, esto no significa que ambas concepciones sean incompatibles, al contrario, se ha visto que la mejora del bienestar eudaimónico conlleva la mejora del bienestar hedónico, por tanto resulta más eficiente tratar en mayor medida el primero, el eudaimónico. Vamos a explicar de otra forma este tipo de bienestar: sentirnos participes de nuestra vida y la de las personas que queremos, una vida con sentido y significado en la que sentimos nuestras acciones, congruentes con nuestros valores y con quienes somos, contribuyen y aportan.

Toda esta teoría, investigaciones y conceptualizaciones nos sirven para entender que el bienestar no consiste en restar, consiste en sumar. Estamos acostumbrados a suprimir o quitar con relación a la salud, pero ya hemos visto antes que la ausencia de dolor emocional, o de afecto negativo, no mejora nuestra salud. Pongamos un ejemplo de sumar: todos conocemos el impacto en nuestra salud del insomnio, afecta a nuestra regulación emocional, al sistema inmune y a los procesos inflamatorios pero se ha descubierto que cuando las personas tienen relaciones interpersonales cálidas estos efectos se atenúan pudiendo llegar incluso a desaparecer (Friedman et al., 2005). Cohen, Bavishi y Rozanski (2016) reunieron numerosos estudios y entre todos ellos se aunó una muestra mayor a 100.000 personas de diferentes países. Los estudios que reunieron iban en relación a la salud, el bienestar y compromiso con la propia vida; al analizar los datos obtuvieron que las personas con un propósito de vida (Nosotros lo hemos llamado bienestar eudaimónico) tenían un 23% menos posibilidades de morir, pero no por un tipo de patología concreto si no por cualquier tipo de causa. También, en estudios similares, se observó como personas con un alto compromiso con sus valores, o propósito de vida, tenían mayor bienestar hedónico y tendían a tener un mayor número de conductas saludables que fomentaban la promoción de la salud y prevenían y retrasaban la aparición de diferentes problemáticas. Estos resultados que se están obteniendo son maravillosos; los profesionales de la salud hemos estado procurando únicamente eliminar los efectos del dolor, del afecto negativo, transmitiendo equivocadamente esto al resto de la población, cuando ayudar a las personas a sumar, a dar un sentido y significado a su vida, a crear relaciones cálidas, a desarrollarse como personas y a aceptarse son estrategias clave para la promoción de la salud y la prevención enfermedades.

Bibliografía:

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Cohen, R., Bavishi, C., & Rozanski, A. (2016). Purpose in life and its relationship to all-cause mortality and cardiovascular events: A meta-analysis. Psychosomatic Medicine, 78(2), 122-133.

Brickman, P., Coates, D., Janoff-bulman, R., Barrett, J., Brandford, D., Day, D., Moorer, D. (1978). Lottery Winners and Accident Victims : Is Happiness Relative?, 36(8), 917-927.

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