Escrito por Sara Sin Lambán – Psicóloga sanitaria

Hace algunos días recibí por parte de una persona cercana uno de esos mensajes bienintencionados que me hicieron pensar en lo instauradas que están en nuestra sociedad ciertas ideas encaminadas a mejorar nuestras vidas…

Llega el verano, las ansiadas vacaciones y de su mano llega la exigencia. Exigencia por estar bien durante ese periodo tan esperado, ya que, vacaciones y “estar mal” no tiene cabida para la gran parte de las personas. Parece que es una época que está hecha para que seamos felices.

No nos engañemos. Es cierto que hay factores, que se dan durante las vacaciones, que quizá puedan mejorar nuestro estado de ánimo: estar más activos; dejar a un lado la soledad que durante el año nos puede llegar a inundar; alejarnos de la rutina y cargas laborales… pero todo esto no nos asegura esa “felicidad” tan demandada.

Partimos de la base de que nuestro entramado anímico, y digo entramado porque no voy a profundizar en ello, no entiende de vacaciones. Nuestro entramado anímico no entiende de playa ni tampoco de montaña, igual que tampoco entiende de si tenemos miedo a un feroz león hambriento o simplemente a montarnos en un coche… Es decir, cambiar de ciudad, de casa o de país hacia a un sitio supuestamente mejor, tal vez, con menos estrés, con más tiempo para hacer cosas divertidas, para estar con los nuestros y descansar, no siempre va a hacer que nuestras emociones mejoren. En nuestro entramado emocional 2+2 no siempre son 4. Y algunas veces, cuando no obtenemos el resultado que esperamos, el entramado se complica con nuevas emociones dolorosas. Por lo tanto no debemos exigirnos estar bien según el contexto en el que estemos ya que no tenemos la capacidad de decidir cuándo estar bien y cuando no.

No deberíamos, pero lo hacemos…: “me voy de vacaciones”, “llevo todo el año esperándolas”, “me he gastado parte de mis ahorros”, “tengo que estar bien”.

Para darnos cuenta de la ineficacia de esto, podemos acudir a la recurrente metáfora de los tiburones y la urna de cristal, ¿la recuerdas? Basta que no queramos tener una emoción, una sensación, un pensamiento, para que aparezcan (puedes intentarlo ahora mismo) y, por tanto, acabemos devorados por los hambrientos tiburones… es esa exigencia, la de no sentir, la de querer controlar, la que nos ha hecho caer junto a los tiburones…

De la misma  manera, pensar que vacaciones es sinónimo de “felicidad” o “bienestar” y  pensar que bienestar o felicidad es lo opuesto a dolor e incomodidad, podría hacer que, durante nuestro esperado descanso, estemos en continua alerta ante cualquier sensación, pensamiento o emoción incómoda, dolorosa o inconveniente (con la esperanza de poder aplacarlo, eliminarlo o controlarlo). Las emociones son impermanentes, los pensamientos verdaderamente numerosos al cabo de un día y vamos a estar en alerta y pendientes, dándoles, con ello, más saliencia a aquellos que relacionemos con nuestro particular agujero: esa sensación en el pecho, ese pensamiento sobre aquel acontecimiento al que tenemos que acudir o esa emoción que nos recuerda los malos momentos pasados estos últimos meses…

Y así, igual que anteriormente hemos caído en la urna de los tiburones, aparecerán esas señales que van a hacer saltar las alarmas y es ahí cuando vamos a empezar a luchar…. “Estoy de vacaciones, no puede ser, no me lo puedo permitir” …

Muchos ya sabéis lo que ocurre tras esto. Ese agujero del que hablaba, se hace más grande: cavamos, cavamos y cavamos… y sin darnos cuenta, estamos inmersos en ese bucle de lucha, control, evitación… y ahí es cuando verdaderamente arruinamos sin querer nuestras vacaciones.

¿La culpa? La culpa no es de esa emoción o de esos pensamientos que nos horrorizan y que de forma arbitraria han aparecido en escena. La culpa es de la reacción que producen: de la lucha por no querer sentir; de querer llevar el control de lo que pensamos en todo momento; de la inactivación posterior tras no haber conseguido que nuestra estrategia funcionase…

Pongámonoslo más fácil. Aceptemos lo que venga, ya que no lo vamos a controlar. Dejemos que la mente haga su trabajo: que detecte peligros, nos advierta y recuerde… Únicamente observémosla… Y, actuemos activándonos, conociendo lugares distintos, involucrándonos en aquello que es significativo para cada uno de nosotros, estando con gente nueva, con la gente de siempre y con nosotros mismos…

Decidir hacer todo esto sí está en tu mano, decidir “estar bien”, no está bajo tu control.

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