Escrito por Carolina García Cuartero – Psicóloga sanitaria y sexóloga.

En “La dictadura de la normalidad en el orgasmo femenino” abordé cómo las mujeres hemos sido sometidas a una cruel normatividad sobre la tipología de nuestros orgasmos. Retomando el concepto de normatividad, hoy quiero centrarme en el Pene, ese órgano de capital importancia para la mayoría de los hombres, que en algunas ocasiones, se convierte en un gran dictador.

Fragmentos sobre mi pene:

Estos fragmentos son tan sólo tres ejemplos de los discursos con los que me suelo encontrar en la consulta, la gran mayoría siguen esta línea, girando todos ellos en torno a la  supremacía del pene y su profunda vinculación al bienestar emocional.

“Soy eyaculador precoz, eyaculo mucho antes de lo que debería, me da vergüenza que la gente se enteren, así que, cuando alguien me gusta, evito todo tipo de acercamiento…”

“Tengo micropene, es tan pequeño que no puedo penetrar, me cuesta muchísimo relacionarme y me asusta la reacción que puedan tener al verlo, me siento muy mal…”

“Soy impotente, no tengo erecciones, no puedo dar placer a la otra persona y  hasta que  no solucione esto no quiero mantener relaciones con nadie…”

¿Cómo puede ser que tan sólo una parte de nuestro cuerpo impere así sobre nuestra felicidad, generando tanto sufrimiento, aislamiento y sumergiéndonos en una asumida actitud de inferioridad? Algo no estamos haciendo bien, cómo sociedad, como individuos, como partes del todo…y a veces ni siquiera somos conscientes de la sutileza que encierran ciertas actitudes con las que fomentamos ideas falseadas.

Sobre el pene nos han pautado, y digo nos, porque tanto a mujeres como a hombres nos han hecho seguidores de este lema, cuánto debe medir, cuál debe ser su grosor, cuanto se debe tardar en eyacular etc…hay cientos de estudios dedicados al pene desde esta perspectiva. Convirtiendo esta parte del cuerpo en objeto de evaluación bajo unos calibres impuestos que lo único que consiguen es construir una tiranía genital. Sigo sin entender este interés de dirigir el foco de atención exclusivamente a estas variables, que ni son absolutas ni determinantes para el placer.

El pene acaba siendo para muchos hombres el monstruo temido del cuento, receptor de un injusto rechazo y desprecio generado por el dogmatismo social y la vorágine estadística.

El placer no entiende de centímetros ni de minutos, entiende de deseos, de encuentros, de juegos, de sentidos… En definitiva, el placer no entiende de deberes, sino de seres.

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