Escrito por Samara Sáez -Psicóloga sanitaria
¿Qué tal verías que tu médicx de cabecera te atendiese después de llevar cuarenta horas trabajando sin descanso?, y si quien se encarga de proporcionarte alimentos se durmiese encima de ellos cuando vas a pagarle; ¿qué te parecería ir al psicólogx y que sus nervios estuviesen más a flor de piel que los tuyos?
¿Crees que las personas se merecen descansar?
¿Y tú?
Tú que eres cuidador, igual que un médicx, un tenderx o un psicólogx.
Quiero pedirte que me acompañes en esta reflexión: últimamente, ¿te ha dado tiempo a pensar si necesitas parar?, en el último lapso de tiempo, ¿has tenido en cuenta lo que quieres, lo que necesitas…? Y si es así, qué te dice tu mente al respecto, tu sentido de la responsabilidad, de la moral. ¿Cuánto de lícito es detenerte a ver una noticia que te interesa, retrasando así la hora prevista para que la comida esté lista? ¿Qué sucedería si tuvieses un mal día y llegases tarde a recoger a la persona/personas que tienes a tu cargo?, y sobre todo, ¿qué sería peor, lo que pasaría verdaderamente, o lo que tu mente te machacaría porque eso hubiese sucedido?
¿Cuánto de importante es parar?, ¿cuánto de importante es tu papel de cuidadorx?, ¿cuánto de importante eres tú?
Muchas veces, cuando nuestro alrededor se tambalea, cuando hay que enfrentar una situación complicada, la solución pasa por “aguantar” como el mimbre, doblarse antes que partirse. Nuestro sistema de alerta, preparado para hacer frente a lo que venga, nos otorga una dosis extra de energía, de resistencia, de lucidez para ello, que puede mantenerse en el tiempo; pero que tiene fecha de caducidad si no paramos a recargarlo.
Pensamos que como cuidadores, no nos queda otro remedio que subsistir, que sobrevivir, y mientras tanto nos olvidamos de vivir. La palabra responsabilidad, según el diccionario, se trata de “una circunstancia a la que la persona ha de responder”; sin embargo, la valencia, el significado emocional y conductual al que se refiere, lo ponemos nosotros con nuestros actos.
Es normal que nuestra mente, quiera tener bajo control toda circunstancia que rodee a dicha “responsabilidad”, para que todo salga bien, no haya lugar a error, no quepa la culpa en el proceso. Como consecuencia, una sensación de desgaste cada vez mayor y una espiral de “no puedo parar ahora”.
Para desarrollar nuestra eficacia, no hay mejor logaritmo que estar en plenas facultades, y estar en plenas facultades pasa por cuidarnos. ¿Cuál es la mejor manera de cuidar, entonces? sin duda estar cuidado. Aunque esto vaya a conllevar “ver esa noticia interesante” con una nebulosa de pensamientos que me dirán que “estoy siendo irresponsable”, “me necesitan y yo aquí sentadx”, “estoy perdiendo tiempo valioso”, “que malx soy”. Cuando llego a este punto tengo tres opciones, enredarme a discutir con mi culpa (con su correspondiente deterioro físico y sobre todo emocional), intentar quitármela (lo que también es una guerra contra mi) o permitir que “esté sentada a mi lado” mientras yo veo la noticia (esto es cuestión de práctica y autoconocimiento).
El autocuidado, en cualquiera de sus formas, tiene como motivación la conservación, protección, preservación. No (solo tiene por qué) es echarse crema hidratante o reducir la ingesta de bollería; autocuidado es tenerme en cuenta, ver en qué punto estoy y hacia dónde quiero dirigirme, ver que soy muchas más cosas que cuidador.
(Aquí empezamos a temblar): que te dé miedo escucharte es normal (tenemos en general muy mala imagen de nosotros mismos), también pensamos que no sabemos hacerlo, no estamos acostumbrados a ello.
Te propongo para esto un ejercicio, piensa, si ahora te pudieses hacer un regalo a ti mismo (más allá de lo material), cuál sería; a partir de ahí te toca construir; aunque claro, para construir, necesitas tener la energía recargada (puede ser un buen comienzo).
No existen las diez claves para la construcción perfecta de una vida feliz, pero no hay nada tan satisfactorio como la construcción de una vida significativa, ¿Qué significado le quieres dar a la tuya?; seguro que tu mente está activa diciéndote “y si…”, “muy bonito, pero…” Aun así, te lanzo la siguiente pregunta ¿qué merece más la pena, intentarlo o seguir dándole vueltas a la culpa y a los “es que”?
La compasión consiste en desear el alivio de sufrimiento de otros (alejándose por completo de la lástima), para ello obligatoriamente pasamos por la autocompasión, que versa el deseo de lo mismo pero hacia nosotrxs.
¿Qué le desearías a la persona/personas que cuidas?, bien, ahora ¿qué te deseas a ti para poder llevarlo a cabo?
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