Escrito por Francisco Vinués – Psicólogo sanitario
Una de las mejores formas de comprender qué es la ansiedad y las sensaciones físicas que provoca es entender cómo funciona y qué mecanismos hay implicados y para ello nos vamos a remontar a hace 10.000 años. Hagamos este breve ejercicio de imaginación: hace 10.000 años vas caminando por la sabana africana rumbo a los menesteres habituales de toda persona en aquella época (Cazar, pintar, recolectar…), te rodean arbustos y algunos árboles solitarios, pero sobre todo extensos pastizales de tono ocre que cubren toda la sabana. Por estos tranquilos pastizales es por dónde caminas, el aire mueve la hierba alta y la mece de un lado a otro pero hay algunas hierbas cerca de ti que se mueven de otra forma, se inclinan en nuestra dirección como si avanzaran… ¡Es una leona!
¡Rápido! ¡¿Qué haces?! ¡O haces algo o te come!
Cuando aparece la leona tienes que dar una respuesta inmediata, no puedes analizar la situación pues ese tiempo te puede costar la vida, y de ello se encarga una de las partes más primitivas que tenemos y que compartimos con el resto de los animales: el miedo y la ansiedad. En ese momento que hemos visto a la leona nuestro cerebro analiza rápidamente toda la información que nos llega de la situación y decide si es peligrosa o no, esto debe hacerlo en menos de un segundo para poder decirnos de inmediato qué hacer. Por tanto la ansiedad como emoción es una respuesta adaptativa de nuestro organismo para defendernos de las amenazas, es una emoción de rápida aparición, intensa y explosiva pues es lo que se necesita ante un peligro inminente.
¿Y qué nos puede decir el cerebro que hagamos? ¿Qué opciones se te ocurren? Las que tenemos innatas son la lucha, la huida y el bloqueo… Sí, quedarnos paralizados o desmayarnos puede ser una respuesta muy buena ante un depredador, seguro que has visto algún documental en el que un animal se queda muy quieto o se hace el muerto para que no lo cace el depredador que le acecha. Pero para poder dar una de estas tres respuestas físicas (Huida, lucha o bloqueo) nuestro cuerpo debe cambiar por completo en un simple instante.
Los cambios en nuestro cuerpo
Tu cerebro ha decidido que corras, ¿te imaginas delante de la leona haciendo ejercicios de calentamiento para prepararte para correr? ¿Pidiéndole tiempo a la leona para calentar? Sería un poco ridículo, ¿no? Nuestro cuerpo ha de estar listo desde el momento que analizamos que tenemos un peligro delante, no puede tardar más o estaremos muertos.
Lo más importante entonces es tener en un instante todos nuestros músculos preparados para la acción, fuertes y tensos. No sabemos que grupo muscular vamos a usar exactamente, puede ser que tengamos que correr, saltar, escalar, luchar, lanzar…, por lo que nuestro cuerpo prefiere ser previsor y prepara todos los músculos del cuerpo; al estar tan tensos muscularmente puede producir temblores, entumecimiento, dolores musculares, movimientos más torpes….
Estos músculos necesitan energía para poder estar tan tensos y de eso se encargan los pulmones y el hígado. Por su parte los pulmones comienzan a aumentar las reservas de oxígeno pues posiblemente vamos a quemar mucho mientras corremos, para ello nuestra respiración se acelera bruscamente para que no nos falte. ¿Qué sucede al ser la respiración tan acelerada? Una metáfora para entenderlo sería como poner una botella debajo del grifo, llega un momento que está llena y acaba desbordando; esto provoca sensación de ahogo porque el aire nuevo no puede entrar (El problema no es que nos falte aire, es que tenemos demasiado), este tapón genera presión en el pecho y puede provocar mareos y desmayo por exceso de oxígeno, algo que es, lógicamente, temido pero es también un mecanismo de seguridad que nos protege de que el exceso de oxígeno no provoque ningún daño en el organismo pues cuando nos mareamos o nos desmayamos la respiración se normaliza. Otro combustible que necesitamos es la glucosa y para esto tenemos a nuestro hígado, él se va a ocupar de suministrarnos uno de los principales combustibles del organismo disparando los niveles de azúcar en sangre.
Todo este combustible debe ser distribuido por los músculos y el cerebro, y el encargado de hacerlo es nuestro sistema circulatorio. Nuestro corazón pasa en un instante a bombear sangre sin parar para poder suminístranos todo lo necesario, esto aumenta radicalmente nuestra frecuencia cardiaca y puede generar sensaciones de palpitaciones, muy frecuentes cuando sufrimos ataques de ansiedad. Esta sangre que bombeamos de forma tan acelerada va de forma selectiva a aquellas partes más necesarias para sobrevivir y disminuye en otras áreas, la que más frecuentemente notamos es el sistema digestivo y tiene una explicación, ¿si te persigue la leona te puedes parar a comer una manzana? La respuesta es evidentemente no, si te paras a comer te conviertes en la comida. Aquellos órganos menos necesarios, como el sistema digestivo, comienzan a recibir menos sangre esto hace que su funcionamiento empeore temporalmente pues no se van a usar, por ejemplo las paredes del estómago se contraen pudiendo generar rechazo a la comida, falta de ganas, “nudo en el estómago”, peores digestiones… Incluso nuestra boca genera menos saliva porque no espera recibir comida, lo que nos crea una sensación de sequedad de boca, picor de garganta o dificultades para tragar (Esta dificultad para tragar se produce también por la tensión muscular). Otra área dónde también notamos empeoramiento es en la sexualidad, pues el sistema circulatorio es vital para su correcto funcionamiento, pero como es obvio si estamos el peligro no es un área en la que priorizar recursos.
Los problemas digestivos son una de las sensaciones más comunes cuando sentimos ansiedad o nervios.
Además, hay otro componente relacionado con el sistema circulatorio, también afecta a las reacciones en nuestra piel como ponernos rojos o quedarnos pálidos o llegando a producir eccemas en algunas personas durante periodos muy sostenidos en el tiempo de estrés o ansiedad. También pueden darse procesos inflamatorios dado que nuestro sistema inmune se altera con todos los cambios que generan en nuestro cuerpo.
Todos estos cambios en el funcionamiento del cuerpo producen muchos efectos relacionados, como cambios en la temperatura corporal, sudoración, cambios en el control de esfínteres… pues el organismo se centra en lo que considera más importante: que no nos coma la leona.
Por último, nuestra forma de procesar el dolor también cambia. Mientras nos persigue la leona no puede existir nada más, después tendremos tiempo de curarnos las heridas, notar un tirón o ver si nos hemos hecho un esguince pero mientras huimos no es una opción ya que nos lastraría enormemente. El cerebro focaliza toda nuestra atención en aquello que considera más peligroso e ignora lo demás, esto genera una lupa sobre el problema o el dolor haciendo que lo sintamos aumentado; dicho de otra manera, el cerebro genera un efecto lupa sobre aquello que más tememos aumentándolo e ignora todo lo que está fuera de esa lupa.
Después de la carrera delante de la leona estamos hechos polvos, no podemos más ni física ni mentalmente: llega el agotamiento. Es muy frecuente que después de periodos muy prolongados de nervios, preocupación o de un ataque de ansiedad nos aparezca un profundo cansancio y apatía por el desgaste que hemos llevado. De hecho esto tiene mucho que ver con aquello que hemos oído muchas veces de “Nadie se ha muerto de ansiedad”; y es cierto, el propio organismo se regula para evitar que haya daño irreversible en nuestro organismo mediante diferentes mecanismos, uno de los más comunes es la tristeza, el cuerpo nos genera una emoción diferente físicamente para bajar en nivel de activación (Destensar los muscular, enlentecer la respiración y el cerebro, desaceleración del ritmo cardiaco, disminuir la actividad física…) y de esta forma prevenir cualquier peligro para el organismo.
Además, la propia ansiedad genera oxitocina, una hormona que nos ayuda a “reparar” nuestro cuerpo tras escapar de la leona. El problema es que pocas veces la aprovechamos, pues cuando sentimos ansiedad tendemos a dejar de cuidarnos y a aislarnos algo que perjudica a la oxitocina con su trabajo. El daño se produce muchas veces no por la ansiedad si no por sus conductas asociadas como descuidar la alimentación, el abandono de la actividad física, la rumiación… Cuidarnos, física y emocionalmente, involucrándonos en actividades importantes para nosotros es la mejor forma de abordar las sensaciones físicas de la ansiedad.
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