Escrito por Francisco Vinués – Psicólogo sanitario

Tantas ocasiones en las que hemos querido detener el bucle de la cabeza, tener un interruptor que apagara la preocupación de nuestra mente sin ningún resultado. Nuestro cerebro parece coger un problema y no querer soltarlo, lo analiza hasta el hastío, hasta que pierde el sentido y llega al absurdo, pero no se detiene, sigue o, en el mejor de los casos, decide saltar a otro problema distinto siguiendo el mismo proceso.

En muchas ocasiones ni siquiera la cabeza se ocupa de un problema presente, se dedica a problemas pasados; gira en torno a lo que fue, los porqués y se queda allí atrapada como si nos fuera a reportar algún beneficio o solución que nunca llega. Tampoco se desentiende del futuro, nos preocupamos por cosas que todavía no han sido y posiblemente ni serán; en esta ocasión damos vueltas a los dichosos “y si…”: “Y si se enfada”, “Y si me pasa algo”, “Y si tiene un accidente”, “Y si me bloqueo”… . Hasta tal punto llega en ocasiones este girar, este bucle, que acaba tomando el control de nuestra vida: la preocupación es nuestra actividad principal del día, contamina la mayor parte de nuestras actividades. Estamos más en el bucle que en lo que estamos haciendo y nos lleva a una espiral en la que solo revivimos una y otra vez aquellos momentos dolorosos o de angustia.

Lo más irónico de todo es que, a pesar de que ha tomado el control total de nuestra vida, apenas sabemos nada de ella; es cómo un fantasma que nos atormenta, incorporeo y aterrador, que difícilmente podemos definir. Y es quizá esta una de las primeras medidas a tomar para poder retomar las riendas de la preocupación: quitar la sábana al fantasma y ver que se esconce debajo, pues quizá sea muy diferente a lo que siempre hemos creído.

¿Qué se esconde bajo la sabana?

Da tanto miedo levantar la sabana que muy pocas personas saben que debajo se esconde una de las conductas más trascendentes e inherentes al ser humano, pero a la que tanto miedo le hemos cogido que hemos perdido el control de esta.

Los seres humanos no somos los animales más fuertes, ni los más rápidos, ni los más grandes, ni los que mejores reflejos tenemos, ni los más resistentes, tampoco tenemos garras o veneno, no tenemos mecanismos de camuflaje, somos bastante frágiles, no tenemos mecanismos especiales de defensa… Una pregunta que deberíamos hacernos, visto lo visto, es cómo hemos llegado a sobrevivir hasta nuestros días.

¿Cómo sobrevivir sin ser el más fuerte? ¿Y si pudiéramos prepararnos previamente para el peligro? ¿Y si pudiéramos planificar trampas para cazar? ¿Y si pudiéramos crear armas que suplan las garras y dientes que nos faltan? Los seres humanos teníamos algo que los demás animales no tenían, éramos capaces de planificar y prepararnos para situaciones que aún no habían sucedido.

Vamos a imaginar por un momento que alguien fuese capaz de simular una posible situación de peligro, que le ataca un león por ejemplo, antes de que esto suceda; esto le permitiría analizar con detalle la situación para prepararse y, como es una simulación, podría ensayar y visualizar una y otra vez la escena para saber cuales son las mejores opciones para escapar. ¿No sería fantástico tener esa capacidad de simular problemas de forma segura para poder estar preparados para el peligro? Podríamos preparar esa charla que tenemos que dar, ensayarla y prever las preguntas que nos harán; también podríamos prever posibles enfermedades y tomar medidas de prevención; también nos podría servir para prever como irán nuestras finanzas a lo largo del año para llegar a fin de mes, así tomaríamos medidas de ahorro y de gestión para no quedarnos en números rojos… Las posibilidades serían infinitas, seríamos capaces de anticiparnos al peligro y tomar medidas preventivas… ¡Ojalá tuviéramos una herramienta que nos sirviera para solucionar problemas antes de que sucedan!

Supongo que ya os habéis dado cuenta que este sistema es la preocupación y la rumiación; la hemos demonizado tanto y le hemos dado tan mal uso recientemente a nivel de sociedad que hemos convertido una herramienta que tenemos los seres humanos para ayudarnos en nuestra vida en una herramienta de tortura. Pero la preocupación en su base es eso: una conducta interna cuya función es la resolución de problemas mediante la representación mental de los mismos.

No es un fantasma o un monstruo, es una herramienta a la que hemos dado durante años un mal uso y que hay que volver a aprender a usar, a leernos su manual de instrucciones para entenderla y saber con qué es peligroso usarla. De hecho, como todas las herramientas, mal usada puede ser muy dañina; pensemos que funciona representando el problema en cuestión en nuestra cabeza, de esta forma poder analizarlo sin peligro, lo que significa que estamos reviviendo algo que no está presente pudiendo ser pasado, presente o futuro, nuestra mente no va a entender la diferencia a la hora de darle vueltas. Esto provoca que nuestra mente al intentar solucionar algo doloroso del pasado, o nosotros mismos al intentar aliviar un dolor pasado, hace que revivamos ese recuerdo como si estuviera sucediendo ahora y sin solución alguna, pues ya pasó, haciendo que estemos en un bucle sin fin.

¿Cómo me enfrento al fantasma?

Conocer al fantasma, su funcionamiento y darle forma es vital para poder afrontar esta conducta que llamamos preocupación. Esto nos ayudará a entender que gestionar la preocupación no es distinto a la gestión de otros impulsos, de hecho no es extraño que cuando tenemos problemas a la hora de gestionar los impulsos también sea frecuente vernos atrapados en las preocupaciones y vueltas de la cabeza. No podemos decidir si pensamos o si tenemos el impulso de preocuparnos, pero sí podemos elegir qué hacemos con ellos.

Darnos cuenta del impulso de preocupación también nos ayudará a valorar según la situación si es el momento adecuado para preocuparnos, si es necesario o va a interferir con nuestra vida. En muchas ocasiones deberemos postergar la preocupación, como hacemos con otros muchos impulsos, para abordar el problema en otro momento del día más oportuno.

Ser capaces de no seguir el impulso de preocuparnos es muy difícil. Lo sentimos como incontrolable o ajeno a nosotros porque en muchas ocasiones llevamos siguiéndolo ciegamente durante toda una vida. No hay una formula mágica para lograrlo, con ayuda y diversas estrategias buscaremos practicar ser conscientes de ese impulso, ser conscientes de cuándo estamos preocupados y valorar si en ese momento nos va a ayudar, volviendo al momento presente cuando no sea así.

Ir al contenido