Escrito por Luis Cortés – Psicólogo sanitario y coordinador sanitario de AFDA
Es algo bien sabido por todos que a los hombres nos encanta mirárnosla, medirla, compararla, categorizarla, ponerle nombres y es que sin ella no podríamos vivir. La joya de la corona, si no es lo suficientemente grande, si no está suficientemente sana. No merece la pena nada, dependemos de ella para absolutamente todo y si la tuya es más pequeña que la mía, todo el mundo sabe quién va a tener éxito y quien fracasará miserablemente.
Está claro que hablo de la autoestima, ¿no? El gran tongo del siglo XX y el XXI, nos han vendido la idea de que nuestra felicidad, nuestras posibilidades de éxito, pasan por hacerla crecer hasta que la consideremos suficientemente sana y al hilo de esta moda han nacido y crecido gurús del coaching, vendedores de recetas de autoestima enlatada que previo pago, claro está, destilan sobre nosotros sus perlas de sabiduría. Los medios de comunicación nos alimentan tres veces al día con esa bazofia pseudopsicológica, ¿pero qué costes tiene para mí creerme “la regla de la autoestima”? ¿Dónde queda mi vida mientras estoy cuidando mi autoestima?
Las personas que creen en sí mismas se sienten seguras. Las personas que se sienten seguras rinden mejor. Las personas que creen en sí mismas tienen más probabilidades de triunfar. ¿Alguno de vosotros, queridos lectores, no está de acuerdo con estas afirmaciones? ¿A caso alguno de nosotros no juzga deseable pensarse y sentirse bien? Sobretodo antes de un reto importante… Sin embargo vamos a desarrollar el reverso tenebroso de este silogismo: los que creen en sí mismo se sienten seguros, los que no, se sienten… Las personas inseguras rinden peor… Luego las personas que no creen en sí mismos tienen menos probabilidades de triunfar. Por lo tanto, si me relaciono con estas afirmaciones como si fuesen una regla completamente verdadera cuando tengo la sensación de que no creo lo suficientemente en mí mismo o que no me siento suficientemente tranquilo o seguro frente a un reto, las únicas opciones que me deja la lógica son: “Haz algo para cambiar esos pensamientos por otros mejores”, o “relájate hasta que tu estado interno sea el adecuado para afrontarlo”.
«El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento. Veo mucho miedo en ti.»
Yoda a Anakin Skywalker en el consejo Jedi. Star Wars, Episodio I – La Amenaza Fantasma)
Todos conocemos estrategias que alguna vez nos han funcionado para conseguir alguna de estas dos cosas. Negociar con mi mente y mis miedos algunas veces ha logrado que otras perspectivas adquieran más credibilidad para mí. Con el consecuente cambio en el estado de ánimo. Y algunas estrategias de distracción/concentración han logrado que; algunas veces, tenga las sensaciones asociadas a la tensión nerviosa menos presentes, (durante un rato al menos). Pero, el verdadero peligro de asociar estados internos ideales a rendimiento y a éxito es: ¿Qué ocurre cuando no consigo pensar o sentirme de una manera acorde a mis expectativas? ¿Qué pasa cuando todo mi entorno confirma que debería estar más relajado para afrontar una situación de reto y no lo consigo?
Cuando todo eso ocurre, lo primero de todo es la alarma. Si esa sensación/pensamiento no es compatible con mis expectativas lo normal es que mi cuerpo reaccione secretando la hormona que sirve para protegerme de cualquier peligro. Mi amiga la adrenalina se encargará de provocar todo tipo de reacciones de activación nerviosa que preparan a mi organismo para luchar huir o inmovilizarme ante un depredador: sensaciones físicas como la tensión muscular, la hiperventilación, etc. que tal vez acaben confirmando mi idea inicial de que no estoy suficientemente relajado.
En ese tipo de situaciones lo normal parece redoblar esfuerzos con las técnicas de distracción/negociación, pero esas técnicas no son gratuitas. La atención no es un recurso ilimitado y si dedico demasiados recursos cognitivos a cambiar el signo de mis pensamientos o a relajarme, los tengo que quitar de otras tareas que tal vez sean más importantes como: ¿El propio examen, por ejemplo? Con mucho esfuerzo, tal vez logre ser suficientemente persuasivo para autoconvencerme de que soy mejor de lo que me parezco en este momento, pero algunas veces, estas estrategias producen distracciones que son nuevas fuentes de inseguridad. ¿Cómo voy a aprobar si no logro leer dos líneas seguidas?
Después de una escalada suficientemente importante de aumento de estrategias de control interno fracasadas como: recordarme mis logros, estrategias de relajación, pensar en cosas positivas, visualizarme teniendo éxito etc. Es bastante normal pensar que si los demás pueden hacerlo y yo no, tal vez sea una carencia en una habilidad o en una cualidad interna lo que me hace sentirme así o no poder quitarme esos pensamientos de la cabeza, y es que si tomamos a rajatabla esa regla de la autoestima alta cada fracaso en el intento de controlar uno de esos estímulos internos amenazadores confirma más sus cualidades nocivas, lo que me hace afianzar más esos estímulos en la categoría de estímulos potencialmente peligrosos, lo que automáticamente estimula respuestas de alarma emocional en su presencia. En última instancia, resulta tentador aplazar el reto para mañana cuando me sienta más relajado o tenga mejores pensamientos a cerca de mí mismo. Y ese precisamente es el último clavo de la tapa de ataúd de la trampa de la autoestima. Pues cuando renuncio por no sentirme suficientemente preparado, estoy confirmando esas creencias de incapacidad a acerca de mí mismo.
La clave de todo esto más bien pasaría por poner a prueba mis creencias (que no son otra cosa que palabras que he aprendido) a cerca de la autoestima, con mis experiencias directas con la propia realidad. Si las cosas que he probado para cambiar esos pensamientos/sentimientos parece que no funcionan, tal vez debería probar algo radicalmente opuesto. Todas esas personas a las que les presupongo una autoestima alta, ¿cómo actúan? ¿En qué actividades se involucran? ¿Dónde depositan su atención y energía? ¿Invierten mucho tiempo en cambiar sus pensamientos? ¿Pasan muchas horas tratando de aprender a relajarse? ¿O gastan su energía en cultivar relaciones, cuidar a las personas que quieren, crecer cultivarse desarrollarse y desarrollar proyectos que les importan? Si continúo invirtiendo mi tiempo y mi energía en estos aspectos de mi vida independientemente de lo que me digan mis pensamientos y sensaciones corporales, ¿aumentan de alguna manera mis posibilidades de conseguir algún retorno? ¿De algún modo me parecería un poco más al individuo que realmente me gustaría ser? ¿Tal vez podría dejar una huella de la que me sienta orgulloso?
“Dar cera. Mano derecha.
Pulir cera. Mano izquierda…
Dar cera… Pulir cera…”
(Sr. Miyagi Karate Kid. 1976.)
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Hola, Luis y lectores y lectoras de este interesante blog. Verdaderamente, Luis, a muchos nos vendría mejor pensar menos y actuar más. Cuando yo era joven y estudiaba, recuerdo que no me importaban nada mis pensamientos. Había que aprobar, y punto. Por lo tanto, me dijera lo que me dijera mi cabeza, había que estudiar sí o sí, aunque estuviera cansadísimo. Ahora, más bien me escucho demasiado, lo que me justifica para paralizarme en la inacción. A veces lo que hago es coger papel y boli, y me planteo qué puedo hacer en el momento presente para mejorar mi calidad de vida. Lo escribo y me obligo a hacerlo. Luego, continúo así con más actividades. Es un recurso que no es la panacea pero me sirve para hacer algunas cosillas. ¡Un saludo a tod@s!